29. —Muy bien —respondió Moisés—. En cuanto salga de la ciudad, levantaré mis manos y oraré al Señor. Entonces los truenos y el granizo cesarán, y sabrás que la tierra pertenece al Señor.
30. Sin embargo, yo sé que todavía ni tú ni tus funcionarios temen al Señor Dios.
31. (Todo el lino y toda la cebada quedaron destrozados por el granizo, porque la cebada estaba en espiga y el lino en flor.
32. Pero ni el trigo ni la espelta sufrieron daño, porque todavía no habían brotado del suelo).
33. Entonces Moisés se fue del palacio del faraón y salió de la ciudad. Cuando elevó sus manos al Señor, los truenos y el granizo cesaron, y se detuvo la lluvia.
34. Al ver el faraón que la lluvia, el granizo y los truenos habían cesado, él y sus funcionarios pecaron de nuevo, y el faraón se puso terco una vez más.
35. Como tenía el corazón endurecido, el faraón se negó a dejar salir al pueblo, tal como el Señor había dicho por medio de Moisés.