2. Oh siervo mío, el SEÑOR, quien te hizo, quien te ayudará, dice: ¡No temas, oh Jerusalén, mis elegidos, no teman!
3. Yo proveeré agua abundante para su sed y para sus campos resecos. Y yo derramaré mi Espíritu y mis bendiciones sobre sus hijos.
4. Ellos prosperarán como hierba de regadío, como sauces en la ribera del río.
5. «Al SEÑOR pertenecemos», dirán orgullosos, «somos israelitas», y tatuarán en sus manos el nombre de Dios o el honorable nombre de Israel.
6. El SEÑOR, el Rey de Israel dice, sí, el Redentor de Israel, el SEÑOR todopoderoso es quien lo dice: Yo soy el primero y el último, no hay otro Dios.
7. ¿Quién otro puede decirles lo que va a ocurrir en los días venideros? Que se lo digan los ídolos si pueden y demuestren su poder, que vengan y hagan obras semejantes a las que yo he realizado desde antaño.
8. No tengan ningún temor. ¿Acaso no he proclamado yo desde épocas antiguas que los salvaría? Ustedes son mis testigos. ¿Hay acaso algún otro Dios? ¡No! ¡Ninguno que yo sepa! ¡No hay ninguna otra Roca!
9. ¡Qué necios son quienes se fabrican ídolos para tenerlos como sus dioses! Sus esperanzas quedan sin cumplir. Ellos mismos son testigos de eso, porque sus ídolos ni oyen ni conocen. Con razón se avergüenzan quienes los adoran.
10. ¿Quién sino un necio se haría su propio dios, un ídolo que no puede ayudarle en lo más mínimo?
11. Todos los que adoran esas imágenes, avergonzados se presentarán ante el SEÑOR junto con todos esos carpinteros —hombres no más— que dicen haber hecho un dios. Unidos estarán en el terror.
12. El herrero ante la fragua hace el hacha golpeándola con todas sus fuerzas. Hambriento y sediento, se siente débil y desfalleciente.
13. Luego el tallador toma el hacha y la emplea para hacer un ídolo. Mide y marca un trozo de madera y talla la figura de un hombre. Ahora cuenta con un admirable ídolo que ni siquiera puede moverse del sitio donde lo ponen.