18. Porque los muertos no pueden alabarte, no pueden rebosar de esperanza y gozo.
19. Los vivientes, sólo ellos, pueden alabarte como lo hago yo este día. Una generación da a conocer tu fidelidad a la siguiente.
20. ¡Quién lo dijera! ¡El SEÑOR me sanó! De hoy en adelante entonaré en el templo cánticos de alabanza cada día, con acompañamiento de orquesta».
21. Porque Isaías les había dicho a los siervos de Ezequías:—Preparen un ungüento de higos, úntenselo en el divieso, y sanará.
22. Y Ezequías había preguntado:—¿Qué señal me dará el SEÑOR en garantía de que me sanará?