15. Entonces la bautizamos junto con los demás miembros de su familia.—Si ustedes creen que soy fiel al Señor —nos dijo ella—, vengan a hospedarse a mi casa.Su insistencia fue tal que aceptamos.
16. Un día en que nos dirigíamos a orar, nos salió al encuentro una joven esclava endemoniada que tenía la facultad de adivinar. Con sus adivinaciones, les proporcionaba jugosas ganancias a sus amos.
17. La joven empezó a seguirnos.—¡Estos hombres son siervos de Dios que han venido a enseñarles el camino de salvación! —gritaba a nuestras espaldas.
18. Esto lo hizo por varios días hasta que Pablo, muy molesto, se volvió y le dijo al demonio que estaba en la joven:—Te ordeno en el nombre de Jesucristo que salgas de esta joven.E instantáneamente el demonio obedeció.
19. A causa de esto, se desvanecieron las esperanzas de riqueza de los dueños de la esclava, por lo que tomaron a Pablo y lo llevaron ante los magistrados de la plaza pública.
20-21. —Estos judíos están corrompiendo nuestra ciudad —dijeron—. Están enseñándole al pueblo costumbres contrarias a las romanas.
22. El pueblo se alzó entonces contra Pablo y Silas, y los jueces ordenaron que los desvistieran y azotaran con varas.
23. Así se hizo, y los azotaron repetidas veces. Al terminar, los arrojaron en una prisión y le advirtieron al carcelero que los cuidara con suma seguridad.
24. El carcelero, entonces, además de encerrarlos en el calabozo de más adentro, les aprisionó los pies en el cepo.
25. Era ya media noche. Pablo y Silas todavía estaban orando y cantando himnos al Señor. Los demás prisioneros escuchaban.
26. De pronto, un gran terremoto sacudió los cimientos de la cárcel y las puertas se abrieron y las cadenas de todos los presos se soltaron.
27. El carcelero, al despertar y al ver las puertas abiertas, creyó que los prisioneros habían escapado y sacó la espada para matarse.
28. —¡No te hagas ningún daño! —le gritó Pablo—. ¡Todos estamos aquí!
29. Temblando de miedo, el carcelero ordenó que trajeran luz, corrió al calabozo y se puso de rodillas ante Pablo y Silas.
30. —Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme? —les preguntó suplicante, después de sacarlos de allí.
31. —Cree en el Señor Jesucristo y serán salvos tú y tu familia —le respondieron.
32. Entonces le contaron delante de sus familiares las buenas noticias del Señor.
33. Y en aquella misma hora, el carcelero les lavó las heridas y se bautizó junto con los demás miembros de su familia.
34. Después prepararon un banquete y el carcelero rebosaba de gozo, al igual que sus familiares, porque ya todos creían en Dios.