13-14. Que la sabiduría es más valiosa que la insensatez, así como la luz es mejor que las tinieblas; pues mientras el sabio ve, el necio está ciego. Y sin embargo observé que al sabio y al necio les espera el mismo final.
15. Entonces, me dije: «yo también moriré igual que el necio». Entonces, ¿de qué vale toda mi sabiduría? Así reconocí que aun la sabiduría es vana.
16. Pues nadie se acuerda del sabio ni del necio, y con el paso del tiempo todo cae en el olvido y tanto el sabio como el necio mueren.
17. Así es que ahora detesto la vida, pues es tan irracional; todo es insensatez, ¡es correr tras el viento!
18. Y esto es lo repugnante: que tenga yo que dejar a otros el fruto de mi ardua labor.
19. Y ¿quién podrá decir si mi hijo va a ser sabio o necio? Pero todo lo que tengo irá a sus manos; ¡qué desalentador!
20-23. Desesperado, abandoné entonces el trabajo arduo, como respuesta a mi búsqueda de satisfacción. Pues hay quienes pasan la vida en busca de sabiduría, conocimientos y habilidad, para luego dejárselo todo a quien no se ha esforzado ni un día de su vida. Esto no sólo es necio sino injusto. Así pues, ¿qué obtiene el ser humano de toda su ardua labor? Días llenos de tristeza y dolor, y noches inquietas y amargas. Todo es absolutamente ridículo.
24-26. No hay nada mejor para el hombre y la mujer que disfrutar de su comida, su bebida y su trabajo. Entonces reconocí que aun este placer, procede de Dios. Porque, sin él, ¿quién puede comer o tener gozo? Porque Dios da sabiduría, conocimientos y gozo a quien es de su agrado; pero si un pecador se enriquece, Dios le quita la riqueza y se la entrega a quienes le agradan. Y también esto es absurdo, ¡es correr tras el viento!