9. Firmó, pues, el rey Darío esta ley.
10. Pero aunque Daniel lo supo, se fue a su hogar y se arrodilló como de costumbre en su dormitorio en la planta alta, con sus ventanas abiertas hacia Jerusalén, y oró tres veces al día, tal como siempre lo había hecho, dando gracias a su Dios.
11. Entonces todos estos hombres vinieron a la casa de Daniel y lo encontraron orando e invocando a su Dios.
12. Volvieron en seguida ante el rey y le recordaron su prohibición.—¿No ha firmado una ley, le dijeron, que no permite ninguna petición a ningún dios u hombre, que no sea usted, durante un plazo de treinta días? ¿Y que todo aquel que lo desobedeciera fuera arrojado a los leones?—Sí, respondió el rey, es una «ley de los medos y los persas», que no puede ser alterada ni cambiada.
13. Entonces le contaron al rey:—Pues Daniel, uno de los cautivos judíos, no está prestando ninguna atención ni a usted ni a esta ley. Por el contrario, él está solicitando favores a su Dios tres veces al día.
14. Al oír esto, el rey se enojó consigo mismo por haber firmado semejante ley, y se propuso salvar a Daniel. Pasó el resto del día tratando de encontrar alguna manera de sacar a Daniel de este aprieto.