2-3. Estos hombres viajaron secretamente por todo el país, reunieron a los levitas de todas las ciudades de Judá y a los jefes de los clanes, y vinieron a Jerusalén. A su llegada juraron lealtad al joven rey, que aún estaba escondido en el templo.«Por fin ha llegado el momento en que el rey asuma el reino —exclamó Joyadá—. La promesa del SEÑOR, de que un descendiente de David sería nuestro rey, nuevamente se cumplirá, pues miren, ¡aquí está el hijo del rey Ocozías!
12. Cuando la reina Atalía oyó el alboroto y las aclamaciones, corrió al templo a ver qué ocurría.
13. Allí estaba el rey junto a la columna de la entrada, y los oficiales del ejército, los trompetistas, y el pueblo en pleno lo rodeaban. Regocijados, hacían sonar las trompetas, mientras el coro, acompañado por la orquesta, dirigía al pueblo en un gran salmo de alabanza. Atalía rasgó sus vestidos y gritó: «¡Traición, traición!».
14. «¡Sáquenla y mátenla! —ordenó el sacerdote Joyadá a los oficiales—. Pero no la vayan a matar dentro del templo. ¡Maten también a cualquiera que trate de ayudarla!»
15. Así que la agarraron, la llevaron al palacio real por la puerta de la caballería, y ahí la mataron.
16. Luego Joyadá hizo que todo el pueblo y el rey se comprometieran solemnemente a vivir realmente como el pueblo del SEÑOR.
17. Entonces, toda la gente se dirigió al santuario de Baal y lo derribó, derribó sus altares e ídolos, y dio muerte, delante del altar, a Matán, el sacerdote de Baal.
18. Después, Joyadá puso a los sacerdotes y a los levitas al frente de la guardia del templo del SEÑOR, y los encargó de presentar los holocaustos al SEÑOR, conforme está escrito en la ley de Moisés, con alegría y cánticos. Organizó las tareas de los levitas, de la misma forma que lo había hecho el rey David.
19. También puso guardianes en la entrada del templo, para que no dejaran entrar a quienes estuvieran ritualmente impuros.
20. Luego los oficiales del ejército, los nobles, los gobernadores y todo el pueblo escoltaron al rey. Salieron del templo, entraron por la puerta superior del palacio real, y sentaron al rey en el trono.
21. El pueblo entero se llenó de alegría, y la ciudad quedó tranquila, por cuanto la reina Atalía había muerto.