8. Un segundo ángel lo seguía, proclamando:— ¡Por fin cayó la orgullosa Babilonia*, la que emborrachó al mundo entero con el vino de su desenfrenada lujuria!
9. Y un tercer ángel seguía a los dos anteriores, clamando con voz poderosa:— ¡Adorad, si queréis, a la bestia y a su imagen! ¡Dejaos tatuar su marca, si os place, en la frente o en la mano!
10. Pero entonces, disponeos a beber el vino de la ira de Dios que ha sido vertido sin mezcla alguna en la copa de su furor, disponeos a ser torturados con fuego y azufre en presencia de los santos ángeles y del Cordero.
11. El tormento será eterno y no habrá descanso ni de día ni de noche para quienes adoren a la bestia y a su imagen, para quienes se hayan dejado tatuar su nombre.
12. ¡Ha sonado la hora de poner a prueba la firmeza de los consagrados a Dios, de los que cumplen los mandamientos de Dios y son fieles a Jesús!
13. Y oí una voz que decía: desde el cielo:— Escribe esto: «Dichosos desde ahora los muertos que mueren en el Señor. El Espíritu mismo les asegura el descanso de sus fatigas, por cuanto sus buenas obras los acompañan».
14. Volví a mirar, y vi una nube blanca. Sentado sobre ella había un ser de aspecto humano que llevaba una corona de oro en la cabeza y una hoz afilada en la mano.
15. Salió del Templo otro ángel y gritó con voz poderosa al que estaba sentado en la nube:— Empuña tu hoz y comienza a segar. Es el tiempo de la siega, pues ya está la mies en sazón.