26. Dame, hijo mío, tu corazón, Y que tus ojos se deleiten en mis caminos.
27. Porque fosa profunda es la ramera Y pozo angosto es la mujer desconocida.
28. Ciertamente ella acecha como ladrón, Y multiplica los infieles entre los hombres.
29. ¿De quién son los ayes? ¿De quién las tristezas? ¿De quién las luchas? ¿De quién las quejas? ¿De quién las heridas sin causa? ¿De quién los ojos enrojecidos?