19. Sepan, hermanos míos queridos, que es preciso ser diligentes para escuchar, parcos al hablar y remisos en airarse,
20. ya que el airado no es capaz de portarse con rectitud ante Dios.
21. Por tanto, renunciando a todo vicio y al mal que nos cerca por doquier, acojan dócilmente la palabra que, plantada en ustedes, es capaz de salvarlos.
22. Pero se trata de que pongan en práctica esa palabra y no simplemente que la oigan, engañándose a ustedes mismos.
23. Quien oye la palabra, pero no la pone en práctica, se parece a quien contempla su propio rostro en el espejo:
24. se mira y, en cuanto se va, se olvida sin más del aspecto que tenía.
25. Dichoso, en cambio, quien se entrega de lleno a la meditación de la ley perfecta —la ley de la libertad— y no se contenta con oirla, para luego olvidarla, sino que la pone en práctica.