52. ¡No pueden nombrar a nadie rey de un país, ni pueden tampoco enviar lluvia a los humanos!
53. Carecen de poder, y por tanto son incapaces de mantener juicios propios o de liberar al que sufre injustamente. ¡Son como las cornejas que vuelan entre el cielo y la tierra!
54. Si un día se incendia el templo de esos dioses de madera, recubiertos de oro y plata, sus sacerdotes saldrán corriendo para ponerse a salvo, pero ellos arderán como troncos en medio de las llamas.
55. No pueden hacer frente a un rey ni a ningún otro enemigo.
56. ¿Cómo, pues, se puede pensar o creer que son dioses?
57. Además, esos dioses de madera, recubiertos de oro y plata, son igualmente impotentes para salvarse de ladrones y salteadores que, al ser más fuertes que ellos, los despojan del oro, de la plata y de las ropas que los cubren, y luego se van sin que los dioses logren socorrerse a sí mismos.
58. Por tanto, un rey capaz de demostrar su valentía o un objeto útil en una casa y del cual se sirve el dueño, tienen más valor que esos falsos dioses. Igualmente la puerta de una casa que protege lo que hay en ella o una columna de un palacio real, valen más que esos falsos dioses.
59. El sol, la luna y las estrellas resplandecen, y se muestran dóciles en su cometido;
60. lo mismo el relámpago que, cuando aparece, es bien visible; y el viento, que sopla de cualquier parte.