19. Entonces le llevaron al Areópago, el lugar donde acostumbraban a reunirse en consejo, y le preguntaron:–¿Se puede saber qué nueva enseñanza es esta que nos traes?
20. Nos hablas de cosas extrañas y queremos saber qué significan.
21. Porque todos los atenienses, y también los extranjeros que vivían allí, solo se interesaban por oir y comentar las últimas novedades.
22. Pablo, levantándose en medio de ellos en el Areópago, dijo:“Atenienses, por todo lo que estoy viendo, sois gente muy religiosa;
23. porque mirando los lugares donde celebráis vuestros cultos, he encontrado un altar que tiene esta inscripción: ‘A un dios desconocido’. Pues bien, de ese Dios que vosotros adoráis sin conocerlo, es del que yo os hablo.
24. “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, es Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos construidos por los hombres
25. ni necesita que nadie haga nada para él, pues él da a todos la vida, el aire y todo lo demás.
26. “A partir de un solo hombre hizo él todas las naciones, para que vivan en toda la tierra; y les ha señalado el tiempo y el lugar en que deben vivir,
27. para que busquen a Dios, y quizá, como a tientas, puedan encontrarle, aunque en verdad Dios no está lejos de cada uno de nosotros.
28. Porque en Dios vivimos, nos movemos y existimos; como también dijeron algunos de vuestros poetas: ‘Somos descendientes de Dios.’
29. Siendo, pues, descendientes de Dios, no debemos pensar que Dios es como las imágenes de oro, plata o piedra que los hombres fabrican según su propia imaginación.
30. Dios, que pasó por alto aquellos tiempos de ignorancia de la gente, ahora ordena a todos, en todas partes, que se conviertan a él.
31. Porque Dios ha fijado un día en el cual juzgará al mundo con justicia, y lo hará por medio de un hombre que él escogió y al que aprobó delante de todos resucitándolo de la muerte.”
32. Al oir aquello de la resurrección, unos se burlaron y otros dijeron:–Ya te oiremos hablar de eso en otra ocasión.
33. Entonces Pablo los dejó.
34. Sin embargo, algunos le siguieron y creyeron. Entre ellos estaba Dionisio, que era miembro del Areópago, y también una mujer llamada Dámaris, y otros más.